CEMBADA: Zanja en cada uno de los lados de un camino o tierra de labranza para recibir y desaguar las aguas (DEL VOCABULARIO PARAMES).
De igual forma que la "Cembada" este BLOG va recibiendo las aguas de mis impulsos e ideas.

viernes, 9 de marzo de 2012


LA BUHARDILLA

Desde aquel angosto ventanal de la buhardilla el pequeño escrutaba ansioso el cielo. Le habían dicho sus compañeros de clase, que desde el domingo anterior se elevaban en el claro cielo de mayo, unas grandes bolas, con hombres dentro de una cesta grande colgando de la bola.
Eran más o menos las seis de la tarde, y con aquellos viejos y destartalados prismáticos localizó en el horizonte el primer globo. Era enorme. Todo lleno de colorido, con franjas rojas, negras, amarillas, y con una gran boca en el punto medio más bajo, que parecía echar fuego a intervalos de tiempo, Y bajo la gran boca, la cesta y los tres hombres. Detrás de la vecina casa asomaban las redondas siluetas de otros dos globos y más a la izquierda otros cinco. El pequeño no dejaba de observar el sorprendente acontecimiento lleno de inmenso y variado colorido.
Le intrigaba el cómo aquello se podría mantener en el aire; subir y también descender.


Sí, algo había oído de no sé qué del aire caliente o algo así, pero a sus escasos ocho años no lo había comprendido del todo.
      De improviso observó como uno de los globos, el azul con rayas blancas, caía y caía, cada vez más rápido, hacia un descampado no muy lejano. Daba la impresión de que se precipitaría irremisiblemente contra el suelo. Más de pronto vio como los hombres, desde el interior de la cesta, comenzaban a soltar y arrojar al vacío pequeños saquitos, y como por arte de magia el globo paró en su caída y comenzó a recuperar altura.

- ¡ Armando! , ¡ Armando! ¿Dónde te has metido? ¡Quieres contestar Armando!

Era su madre, que llamaba al pequeño Armando por toda la casa.
Armando estaba, extasiado con aquella maravillosa escena de los globos, y no quería que le molestasen; por eso no contestaba.
Por fin apareció su madre, levantando la compuerta que se encontraba en el suelo le la buhardilla.

- Pero bueno ¡Armando !  ¿Es que te has vuelto sordo? ¡Hace una hora que te estoy llamando!
- Lo siento mama pero es que estaba viendo los globos. ¿Los habías visto alguna vez?
        - ¡Anda, anda! déjate de globos y, baja a hacer los deberes, que es lo que tienes que hacer,
        y no perder el tiempo con esas bobadas.

El pequeño con resignación descendía por las escaleras que conducían a la buhardilla. Entró en su habitación y trató de resolver aquel puñetero problema que minutos antes había dejado por imposible.
Armando no se explicaba quién demonios podía inventar aquellos malditos problemas que no había quien los sacase. Al menos a él nunca le salían, pero a Luciano siempre le salían y le ponían un 10. ¡Cómo lo haría Luciano!
Tras varias tentativas Armando decidió dejar el problema.

         - ¡Jo!¡ este no hay quien lo saque.

Y pasó a realizar aquel análisis sintáctico que siempre le salía bien. Pensaba: "Aquí el pobre Luciano no da una, pero yo soy un as”. Pero de repente en aquella frase apreció una palabra: “globo”; y su mente se escapó como si tal fuese, en busca de los recuerdos de la buhardilla.
Pensó en los globos de colores, en las cestas, en los saquitos que tiraban. ¿Qué habría dentro de aquellos saquitos?
                                                                 ……………………

Por fin sabía lo que había dentro de aquellos saquitos. Habían pasado quince años y recordaba aquellas escenas de su infancia como si ocurriesen en ese preciso instante. En aquel mismo día se había propuesto que llegaría a estar dentro de aquellas cestas tripulando un globo.
Todo esto le había venido a la mente gracias a la imagen de un niño que observaba los preparativos del vuelo de aquella mañana.
El niño había preguntado

- ¿Qué llevan metido en esos saquitos? ¿Para qué sirven?

Ahora, ya en el aire, su única preocupación y la de sus dos compañeros era la de llegar en una de las primeras posiciones al descampado que se había fijado como meta por la organización de aquel concurso de aerostatos, en una ciudad del sur.
El aerostato se elevaba lenta y majestuosamente impulsado por el gas caliente. El aire le empujaba hacia la meta, atravesando toda la ciudad.


Abajo la gente observaba los globos como un día lo hiciese Armando. Arriba los tripulantes gozaban de una hermosa perspectiva aérea de la ciudad, aunque eso sí, sin perder de vista que el globo no perdiese altura.
Armando y sus dos compañeros se encontraban ya a buena altura, situados en los primeros lugares. Ya abandonaban la ciudad y se disponían a sobrevolar un tupido bosque, tras el cual se encontraba el descampado que sería la meta.

-Luciano, arrearle al fogón a ver si pasamos al 14.
-Tranquilo Paco, eso está hecho ¿ verdad Armando?

Armando estaba en efecto con su rival en los problemas de matemáticas, con el que no daba una en el análisis sintáctico. Habían terminado siendo buenos e inseparables amigos. Paco era el primo de Luciano, un chico serio, regordete y siempre con un palillo en la boca o en su defecto una pajita, que en este caso había arrancado del suelo al saltar al interior de la cesta del globo.
Pero el globo comenzaba a perder altura, y por más que Luciano le arreaba al fogón ni lograban cazar al 14 ni recuperaban altura.
Armando comenzó a soltar lastre; sí, aquellos saquitos, que en realidad estaban repletos de arena.
Pero el globo no tomaba altura y perdía cada vez más.
Esto ya era: peligroso, pues caer encima de los arboles no era pieza de gusto, ni un juego de niños.

- ¡Armando, tíralo todo!, ¡ Tíralo todo! - decía Luciano.
- Luciano dale al fogón más fuerte, ¡más fuerte ! - decía Paco .
- ¡Pero bueno que te crees que estoy haciendo!
- Tranquilos, todo se arreglara, decía Armando.

El bosque se veía más y más cerca, y el globo no recuperaba altura. Nada se arreglaba.
Armando había arrojado todo el lastre, pero era inútil.

- Es inútil. Se ha abierto un desgarrón en la tela y perdemos aire dijo el de la pajita.
- Pues sí que la hemos fastidiado - apostillo Armando.
- Y por si aramos pocos..., el fogón se apagó.Ahora. sí que vamos a trepar a los arboles-
        dijo Lucíano.
- Sí, pero en sentido inverso- dijo Armando. Esperemos que todo acabe en eso.

Armando recordó el globo azul con rayas blancas que descendía, en aquella tarde de mayo, hacia el descampado. ¡Quien estuviera en aquel globo! La caída por lo menos seria sin árboles.

         El impacto fue terrible. Por unos instantes estuvieron agarrados a las paredes de la cesta.
Parecía, que habían tenido suerte después de todo, ya que la cesta había quedado colgando a pocos metros del suelo.
Sin embargo, en la caída habían arrancado unas cuantas ramas de cuajo. Una de ellas había golpeado a Luciano en un brazo. Se lo había roto.
Pocos minutos después les habían sacado de allí en un coche del parque de bomberos de la ciudad que seguía la prueba.
Estaban ya los tres en su ciudad. Luciano con su brazo escayolado y en cabestrillo.


Armando, quince años más tarde, desde el mismo angosto ventanal de aquella buhardilla miraba al cielo, pensativo. Pensaba en la caída, en su primera caída, y sentía un intenso miedo. Había decidido que aquella caída sería la última; no volvería a subir a un globo. Olvidaría aquella tarde de mayo, el análisis sintáctico, el globo azul con rayas blancas, los saquitos…. todo.

Lo había pensado muy bien, aquello de los globos se había terminado.
No perdería más tiempo con "esas bobadas", como las había llamado su madre en aquel día.

Juan Carlos Sastre Carvajal